Era una tarde de agosto cuando todo pasó. Adrian se encontraba caminando por las silenciosas y poco recorridas calles de su distrito mientras se dirigía a la librería que se encontraba a 5 cuadras de su casa. El frío invierno empezaba a desaparecer de su ciudad, por lo que únicamente vestía una delgada casaca negra con líneas plomas que cubrían un polo lila y unos jeans azul oscuro. Estando a mitad de camino, pequeñas gotas de lluvia comenzaron a caer sobre su cabeza y, poco después, éstas aumentaron en tamaño y rapidez. Por fortuna, ese era el tipo de ambiente que Adrian disfrutaba.
Desde niño, Adrian siempre fue una persona melancólica. Los días lluviosos eran los mejores para él. Las grandes gotas cayendo del cielo le daban la energía para correr, el sentirlas sobre su cuerpo le producían felicidad. Con el pasar del tiempo, estas mismas gotas empezaron a despertar en él un sentimiento especial, una necesidad de sentir un alma caritativa a su lado, una persona que junto a él viera las gotas caer mientras le abrazaba…
Sin embargo, la ropa delgada que vestía y las frías gotas de lluvia lograron interrumpir el momento de Adrian y le obligaron a meterse a una panadería que se encontraba cerca. Al entrar, sintió la calefacción devolverle la vida y eliminar el frío que la lluvia impuso sobre él. Adrian decidió sentarse y disfrutar de algo caliente mientras el frío se iba de su cuerpo, por lo que se dirigió a una pequeña mesa al fondo del establecimiento. Ya sentado, pidió un café pequeño, el que empezó a tomar mientras veía la lluvia caer por la ventana. Fue tan interesante la escena que veía en el exterior, que una voz y una mano que se posó en su hombro le asustaron y le obligaron a girar la cabeza.
– Disculpa, ¿podría usar esta silla? La mesa de al lado no tiene y necesito donde sentarme
– Sí, no hay problema – contestó Adrian al instante.
Después de eso, Adrian volvió a dirigir su atención hacia la ventana y a la escena que veía a través de ella. Pero, había algo diferente ahora. Ya no podía concentrarse en la lluvia. Sentía que algo obligaba a su cuerpo a girar hacia un lado. Volteó hacia su derecha y finalmente se dio cuenta de la persona que le había pedido la silla minutos atrás. Por alguna razón, su mirada se dirigía hacia aquel lugar. Miraba atentamente su cabello oscuro y ligeramente corto. Le llamó la atención el grueso libro sobre el cual sus ojos negros se encontraban fijos. De repente, el celular de Adrian comienza a sonar. Al revisarlo, se da cuenta que es su madre y que se había hecho tarde para ir a la librería, así que decidió volver a casa e ir otro día a comprar. Adrian volteó a ver por la ventana si la lluvia se había detenido. Pero, lo primero que vio fue a aquellos ojos negros salir de la tienda y dirigirle una rápida mirada, para luego desaparecer entre la gente que caminaba afuera.
Ya de noche, en su casa, Adrian seguía pensando en quien vio en la panadería, en aquella mirada y en aquellos ojos negros y cabello oscuro, pero decidió olvidarlo todo, pues no creía que los volvería a ver.
Al día siguiente, se inició el primer día de clases de la universidad a la cual Adrian asistía. Como era de costumbre, llegó temprano y se sentó a ver a sus nuevos compañeros de curso. Finalmente, fue la hora de la clase y llegó el profesor. A los 10 minutos, mientras el profesor comentaba los detalles del curso, la puerta del salón se abre y todos voltean su atención hacia ella. Para la sorpresa de Adrian, fue aquella persona con los ojos negros que le impactaron quien entraba al salón. Tras disculparse con el profesor, aquellos ojos negros caminaron entre las carpetas y se ubicaron en la única libre, que se encontraba delante de la de él.
Durante toda la clase, la atención de Adrian no podía desviarse de aquel cabello oscuro que se encontraba delante de él ni de los ojos negros que no se dejaban ver pero que él sabía que estarían adornando aquel rostro que a Adrian le impactaba. Al final de la clase, Adrian se dirigió al próximo salón, con la esperanza de alejarse de aquella persona. Pero, al poco tiempo de llegar, aquellos ojos negros volvieron a cruzar la puerta. Y es que, quizá para mala suerte de Adrian, ambos acababan de ingresar a la universidad y, por ello, llevarían los mismos cursos juntos. Durante las 3 horas que duró aquella clase, la mirada de Adrian no podía evitar ser desviada hacia la persona de cabello oscuro y ojos negros.
Finalmente, la clase terminó y Adrian se retiró. Ya afuera de la universidad, siente una mano sobre su hombro y una voz que le habla.
– ¡Hola! Chico de la silla, no pensé encontrarte aquí, ni que estudiaríamos lo mismo.
– Pues sí es una sorpresa, ¿no? – contestó Adrian nervioso
– Completamente. Me pareces lindo, ¿Sabes? Bueno, ese que viene es mi carro, así que tengo que irme. Por cierto, ¿Cómo te llamas?
– Adrian, ¿Tú? – contestó, un poco incomodo
– Ricardo
Y con ello, Ricardo subió al carro y dejó a Adrian de pie, observándolo y confundido…
Desde niño, Adrian siempre fue una persona melancólica. Los días lluviosos eran los mejores para él. Las grandes gotas cayendo del cielo le daban la energía para correr, el sentirlas sobre su cuerpo le producían felicidad. Con el pasar del tiempo, estas mismas gotas empezaron a despertar en él un sentimiento especial, una necesidad de sentir un alma caritativa a su lado, una persona que junto a él viera las gotas caer mientras le abrazaba…
Sin embargo, la ropa delgada que vestía y las frías gotas de lluvia lograron interrumpir el momento de Adrian y le obligaron a meterse a una panadería que se encontraba cerca. Al entrar, sintió la calefacción devolverle la vida y eliminar el frío que la lluvia impuso sobre él. Adrian decidió sentarse y disfrutar de algo caliente mientras el frío se iba de su cuerpo, por lo que se dirigió a una pequeña mesa al fondo del establecimiento. Ya sentado, pidió un café pequeño, el que empezó a tomar mientras veía la lluvia caer por la ventana. Fue tan interesante la escena que veía en el exterior, que una voz y una mano que se posó en su hombro le asustaron y le obligaron a girar la cabeza.
– Disculpa, ¿podría usar esta silla? La mesa de al lado no tiene y necesito donde sentarme
– Sí, no hay problema – contestó Adrian al instante.
Después de eso, Adrian volvió a dirigir su atención hacia la ventana y a la escena que veía a través de ella. Pero, había algo diferente ahora. Ya no podía concentrarse en la lluvia. Sentía que algo obligaba a su cuerpo a girar hacia un lado. Volteó hacia su derecha y finalmente se dio cuenta de la persona que le había pedido la silla minutos atrás. Por alguna razón, su mirada se dirigía hacia aquel lugar. Miraba atentamente su cabello oscuro y ligeramente corto. Le llamó la atención el grueso libro sobre el cual sus ojos negros se encontraban fijos. De repente, el celular de Adrian comienza a sonar. Al revisarlo, se da cuenta que es su madre y que se había hecho tarde para ir a la librería, así que decidió volver a casa e ir otro día a comprar. Adrian volteó a ver por la ventana si la lluvia se había detenido. Pero, lo primero que vio fue a aquellos ojos negros salir de la tienda y dirigirle una rápida mirada, para luego desaparecer entre la gente que caminaba afuera.
Ya de noche, en su casa, Adrian seguía pensando en quien vio en la panadería, en aquella mirada y en aquellos ojos negros y cabello oscuro, pero decidió olvidarlo todo, pues no creía que los volvería a ver.
Al día siguiente, se inició el primer día de clases de la universidad a la cual Adrian asistía. Como era de costumbre, llegó temprano y se sentó a ver a sus nuevos compañeros de curso. Finalmente, fue la hora de la clase y llegó el profesor. A los 10 minutos, mientras el profesor comentaba los detalles del curso, la puerta del salón se abre y todos voltean su atención hacia ella. Para la sorpresa de Adrian, fue aquella persona con los ojos negros que le impactaron quien entraba al salón. Tras disculparse con el profesor, aquellos ojos negros caminaron entre las carpetas y se ubicaron en la única libre, que se encontraba delante de la de él.
Durante toda la clase, la atención de Adrian no podía desviarse de aquel cabello oscuro que se encontraba delante de él ni de los ojos negros que no se dejaban ver pero que él sabía que estarían adornando aquel rostro que a Adrian le impactaba. Al final de la clase, Adrian se dirigió al próximo salón, con la esperanza de alejarse de aquella persona. Pero, al poco tiempo de llegar, aquellos ojos negros volvieron a cruzar la puerta. Y es que, quizá para mala suerte de Adrian, ambos acababan de ingresar a la universidad y, por ello, llevarían los mismos cursos juntos. Durante las 3 horas que duró aquella clase, la mirada de Adrian no podía evitar ser desviada hacia la persona de cabello oscuro y ojos negros.
Finalmente, la clase terminó y Adrian se retiró. Ya afuera de la universidad, siente una mano sobre su hombro y una voz que le habla.
– ¡Hola! Chico de la silla, no pensé encontrarte aquí, ni que estudiaríamos lo mismo.
– Pues sí es una sorpresa, ¿no? – contestó Adrian nervioso
– Completamente. Me pareces lindo, ¿Sabes? Bueno, ese que viene es mi carro, así que tengo que irme. Por cierto, ¿Cómo te llamas?
– Adrian, ¿Tú? – contestó, un poco incomodo
– Ricardo
Y con ello, Ricardo subió al carro y dejó a Adrian de pie, observándolo y confundido…